Tal día como hoy hace 35 años, se estrenaba en Nueva York una película de bajo presupuesto y alto riesgo, que acabó señalando la historia del cine (no sólo musical) y puso en la cresta por primera vez a John Travolta, hasta la fecha actor no muy conocido. Dirigida por John Badham e inspirada en un artículo publicado en 1976 en la New York Magazine, que recogía el sentir suburbano y nocturno de los sábados de Nueva York, Fiebre del Sábado Noche contenía, casi sin saberlo, una mezcla explosiva que la lanzó a lo más alto de la popularidad: música de los Bee Gees tan buena como pegadiza y bailable; coreografías visuales, enérgicas y asequibles; sueños por cumplir (los de un chico, Tony Manero, incomprendido y chulo como él solo) y un lenguaje, tan malsonante como identificable.
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Al parecer, John Travolta, que había estudiado algo de danza cuando era niño en la escuela de Fred Kelly (hermano de Gene), se tomó muy en serio su papel y además de adelgazar casi diez kilos, entrenó y ensayó a conciencia cada coreografía durante meses. Según parece, incluso se negó a que se redujera del montaje final de la película, alguna escena de baile con la que había peleado lo suyo. El resultado de todo esto, ha dado desde hace años un sello inconfundible de Travolta-Manero, trabajado en la pista y en esa manera de caminar, que incluso ha servido de inspiración para iniciar carreras dancísticas como la de Wayne McGregor, que no hace mucho confesaba en una entrevista a la BBC, cómo influyó esta película en su decisión de dedicarse a la danza. Personalmente, sigo viéndola una y otra vez, cada vez que la echan en la tele.