Diario de Invierno, última novela y último trozo de la vida de Paul Auster, escritor destacado por lúcido, brillante y comunicador (entre la genialidad de lo inhumano y el dolor y magia de lo real). En las últimas páginas: la danza. El protagonista, alter ego de Auster, descubre esta disciplina artística en uno de esos momentos claves en la vida de cada cual, y de los que se suele ser consciente cuando ya son pasado. Se trata, describe Auster, de una especie de performance experimental coreografiada por una exbailarina de la Merce Cunningham Dance Company, que al escritor le deja absolutamente extasiado y cuenta que sería origen de su libro Espacios en blanco. Del todo interesante la apreciación de una persona, profana en danza y genial en la escritura, que describe así lo que vio:
“Los bailarines te salvaron. Los que te devolvieron a la vida aquella noche de diciembre de 1978, quienes hicieron posible que experimentaras el fulgurante y epifánico momento de claridad que te abrió paso por una grieta del universo y te permitió empezar de nuevo […] No sabías nada de ballet y sigues sin saber nada, pero siempre has reaccionado con una expansiva alegría interior cuando ves que está bien ejecutado, y cuando tomaste asiento al lado de David, no tenías ni idea de lo que podías esperar […] La simple visión de sus cuerpos en movimiento parecía transportarte a un lugar inexplorado de tu interior y poco a poco sentiste que algo se elevaba dentro de ti, un júbilo que se encaramaba por tu cuerpo hasta llegarte a la cabeza, una alegría física que también era espiritual, un gozo creciente que se extendía sin cesar por todas las partes de tu ser. […] Volviste a tu casa de Dutchess County, al cuarto de trabajo en donde dormías desde el fin de tu matrimonio, y al día siguiente empezaste a escribir, trabajaste durante tres semanas en un texto de género indefinible, ni poema, ni prosa narrativa, tratando de describir lo que habías visto”.
“Con objeto de hacer lo que haces necesitas caminar […] El acto de escribir empieza en el cuerpo, es música corporal […] Te sientas al escritorio con objeto de apuntar las palabras, pero en tu cabeza sigues andando, siempre andando, y lo que escuchas es el ritmo de tu corazón, el latido de tu corazón. Mandelstam: `Me pregunto cuántos pares de sandalias gastó Dante mientras trabajaba en la Commedia´. Escribir es una forma menor de la danza”.
(Paul Auster. Diario de Invierno. Anagrama)