La jornada del 11 de abril de Dansa València, festival que volvió a la escena hace dos años bajo una nueva dirección y recuperando al mismo tiempo el espíritu de plataforma concentrada para la danza, dejó dos estupendos trabajos que además descansan sobre discursos realmente propios, alejados de tendencias actuales, hecho que sin duda los hacen aun más favorables.
El primero de ellos se vio a las 6 de la tarde en la Sala Matilde Salvador y responde a un nuevo giro de tuerca en la metaescena que viene trabajando el creador malagueño Alberto Cortés desde 2008. Masacre en Nebraska, que así se llama este espectáculo estrenado en 2018, vive a través de diez intérpretes no profesionales, a excepción de Cortés y Rebeca Carrera, elegidos en la ciudad en la que se desarrolla la pieza. Todos convertidos en espectadores que tiran de memoria, individual y colectiva, para construir un relato escénico a través de lo vivido o lo que les contaron. Y en este punto, en el de recordar con el cuerpo y la palabra, reside uno de los atractivos de la pieza: ese elevar hasta lo escénico el papel del espectador (de danza, de la vida), premisa con la que Cortés ha trabajado en otros montajes y talleres. De ello se extraen dos de los aciertos que contiene este trabajo. Por un lado, la posibilidad de conectar de manera especial, desde el patio de butacas, con lo que acontece en el escenario, pues, de alguna manera, todos estamos allí en calidad de público, y por otro, el asistir a un espectáculo construido a través de la idea de que la lectura es una nueva escritura, eje semiótico indiscutible, que en este caso Cortés lleva al extremo, situando en escena ese nuevo `escrito´ resultante.
En ese nuevo relato, los recuerdos y referencias que lo articulan pasan por montajes destacados de la danza de Pina Bausch, Israel Galván, Rosas y Jan Fabre, entre otros (“¿por qué todas las katarsis de Fabre son la misma hamburguesa?», se dice) y de la vida misma, con escenas propias de la política social y actual, en la que los espectadores-intérpretes, se presentan como ciudadanos reivindicativos, momento en el que la obra puede perder algo de pulsión.
Masacre en Nebraska confluye en un trabajo ácido, sin ser corrosivo, divertido e inteligente, que encuentra en su aparente naturalidad, un profundo análisis tan reflexivo como gamberro.
A las 10 de la noche de ese mismo día tuvo lugar Set of Sets, trabajo de María Campos y Guy Nader estrenado en 2018 y segunda cita de la jornada con la inteligencia hecha danza. ¿Saben esa expresión tan manida de desafiar la gravedad, que se usa tan a la ligera para hablar en términos dancísticos? Pues en este trabajo adquiere todo su significado real. Y en este sentido, es de justicia comenzar hablando de los siete intérpretes que dan vida a la pieza, Guy Nader y María Campos, directores y coreógrafos también, Lisard Tranis, Clèmentine Télesfort, Tina Halford, Héctor Plaza y Alfonso Aguilar. Todos ellos, espléndidos en técnica y expresividad, de manera individual (manteniendo sus personalidades) y colectiva (es clave la cooperación en este trabajo), dan forma a una obra del todo imposible sin el rigor y la comunicación de sus bailarines. Siguiendo la estela del trabajo anterior, Time takes the time takes, en cuanto a discurso (alrededor del tiempo) y estética (pulcra y minimalista), Set of sets se adentra en el transcurrir de un lapso infinito, construido alrededor de la repetición sin resultar repetitivo y la precisión dramatúrgica y coreográfica. Sustentados en la verticalidad corporal (el suelo solo es punto de apoyo) y lo circular, incluida la sencilla y eficaz escenografía, los intérpretes dibujan un clarividente bucle, elevado por la música y ejecución en directo del compositor Miguel Marín, habitual colaborador de esta compañía.
En la misma jornada del 11 de abril, a las 8 de la tarde en Espacio Inestable, se vio Outfit, un trabajo de la compañía Mou Dansa, que si bien está vertebrada por una atrayente idea que embarga crítica social (hacia la frivolidad del aspecto), acaba quedándose en una reflexión anecdótica que no consigue traspasar a lecturas más agudas. La falta de limpieza interpretativa (aunque es de destacar el trabajo del bailarín Sergio Navarro) y de la puesta en escena, no contribuyeron al lucimiento del trabajo.
Ya el 12 de abril en La Mutant, el coreógrafo e intérprete Joaquín Collado (Antes Collado), estrenó su nuevo solo Crisálida (o la venganza de Leteo). Y aunque dejó ver en ocasiones sus exigentes dotes interpretativas así como la premisa sobre la que gira el espectáculo (la fragilidad, la transformación) y un sugerente espacio expositivo (una gran urna transparente en la que se sitúa el protagonista), la propuesta ve diluida su fuerza inicial por un desarrollo algo confuso y dilatado.