Crónica del primer fin de semana del festival Cádiz en Danza (8 y 9 de junio de 2019).
El primer fin de semana del festival Cádiz en Danza ha transcurrido sobre algunas de las pautas más determinantes de este encuentro anual con las artes del movimiento. Ajenas a la creación, pero no por ello menos identificativas, se encuentra la luminosidad que destila la ciudad andaluza, casi como una purificación, sorprendente para quienes visitan por primera vez la urbe y reconfortante para quienes viven el reencuentro con ella. Esta luz, junto con espacios urbanos como Entrecatedrales, posiblemente uno de los puntos más especiales del país para ver danza en exteriores, traza un contexto escénico más que reseñable para un festival que está cumpliendo 18 años de trayectoria sobre otras señas de identidad, ya en el marco de lo artístico, por las que pasa la convivencia de una danza protagonizada por jóvenes y consagrados, nacionales e internacionales. El buen tiempo dibujado por el azul de un cielo despejado, la calma del mar y una temperatura suave, acompañaron a todos los espectáculos de calle desarrollados el sábado y domingo, 8 y 9 de junio, durante la jornada diurna, y ya en sala desde el atardecer. Y el bailarín y coreógrafo Cesc Gelabert, nombre mayúsculo de la historia de la danza contemporánea, destaca como protagonista de ambas jornadas con dos trabajos, que aunque muy diferentes, confluyeron en algunas de las máximas de este creador, que cristalizan en ese lenguaje corporal tan identificativo, el oficio y maestría con el que lo desempeña y la envoltura casi ascética que empapa su interpretación. Es habitual coincidir con audiencias que se acercan por primera vez a su trabajo y quedan cautivadas, casi al instante, por su forma de entender el movimiento y representarlo. Y en Cádiz también pasó. El sábado, en el Foyer del Gran Teatro Falla con un solo encargado por el bailaor y coreógrafo Israel Galván sobre la mítica Soleá de El Güito, que Gelabert transporta hacia su movimiento contemporáneo, repleto de referencias lúcidamente taimadas por la interpretación. El domingo, con la obra Escrito en el aire, un montaje que descansa sobre el movimiento y los textos del escritor, pintor y director de escena francés Valère Novarina, y que desde su estreno en 2016, acumula destacados premios.
Se vio este trabajo en el Teatro La Tía Norica, con una sala repleta, casi como el resto de escenarios para otras propuestas de danza en el festival, y dejó ver, desde el escenario, que el montaje ha crecido aun más si cabe, en ese sólido tándem artístico entre movimiento y palabra que se sustenta, de manera extraordinaria, en Gelabert. Una velada ligeramente oscurecida por la necesidad imperante de dos espectadoras de la tercera fila por comentar todo lo que iban viendo (bien o mal, no importa), reclamando cierto protagonismo y molestando a quienes nos encontrábamos cerca. “Querido público, dejen de hacernos a su imagen”, se escucha en la obra. Y llegó la frase con la misma pertinencia de un chaparrón en época de sequía.
Otra compañía veterana de la escena del país, Matarile Teatro, visitó el Cádiz en Danza con su reciente obra Los limones, la nieve y todo lo demás. Creada e interpretada por Mónica García y Ana Vallés, ambas verdadero y lúcido sostén del trabajo, la pieza se pasea por una realidad representada y una ficción deseada, a través de la danza (especialmente en la expresión de García) y el texto, con cierta pérdida de pulsión narrativa en el desarrollo de las escenas que la integran, algo frágiles algunas, a la hora de contemplarlas como la concepción de un todo escénico. Aun así, el montaje contiene significativos paisajes aptos para ser retenidos en la memoria poética de cada cual.
La compañía coreana EUN – ME – AHN puso el acento internacional el sábado por la noche y el vertiginoso ímpetu de la danza más física y exigente en su corporeidad. Durante 80 minutos (seguramente demasiados, la repetición, una de las claves de la obra, pierde eficacia hacia el final), un entrenado equipo de tres bailarines y tres bailarinas, se mueven hasta la extenuación, del negro al blanco, pasando por colores de gran viveza y de lo colectivo a lo personal, en un montaje, Let me change your name, que reflexiona con gran agudeza sobre aquello que somos y lo que intentamos ser. Su directora y coreógrafa, Eun-Me Ahn, participa un par de veces en el montaje ofreciendo el contrapunto de la quietud y el gesto, tan poderoso o más que el del resto de intérpretes.
La danza más joven estuvo representada durante los dos primeros días de festival con trabajos como Pink Fish, de la Cía. Ana Borrosa, Young Blood, de Arnau Pérez y el solo Galápago, de Iván Benito, todos ellos termómetro de la danza más emergente. Se completó la oferta con los montajes Canvas of bodies, de Taiat Dansa, un trabajo claramente heredero del lenguaje del bailarín y coreógrafo Manuel Rodríguez, seguramente por colaboraciones pasadas de este intérprete con la compañía valenciana, y El lago de los cisnes (el pequeño), del creador Iker Gómez. Un dúo que revisa el clásico de Tchaikovsky desde una perspectiva absolutamente contemporánea y singular, apoyada en un par de referencias al original (un gesto aquí, una actitud allí) y que ha supuesto una de las citas con la danza en la calle más interesantes y concluyentes, de este arranque del Cádiz en Danza.
El festival, que en total mostrará el trabajo de más de 30 compañías, sigue su curso hasta el próximo 15 de junio que cerrará su edición 2019 con la obra Gran Bolero del coreógrafo madrileño Jesús Rubio Gamo.