Texto de Fernando López para la sección `Hola, soy coreógrafo/a´. Idea y coordinación: Mercedes L. Caballero.
Hola, soy coreógrafo. En un momento extrañamente precoz (con once años) los pilares de mi vida se derrumbaron y de sus ruinas salí bailando y escribiendo. Con el tiempo, la danza, que hasta entonces había sido un lugar donde refugiarme del mundo, empezó a convertirse en una actividad dudosa y, en vez de ser una respuesta a todas mis preguntas, se convirtió ella misma en una pregunta más.
Viajé mucho, hacia fuera y hacia dentro, atravesando estilos, disciplinas artísticas, lenguas y países. Mi cuerpo fue a veces un campo de batalla para conseguir objetivos (zapateados rápidos y complejos, giros dobles, figuras esculpidas con violencia angelical, etc.); otras un patio de recreo donde jugar a ser muchas cosas que yo no era, y otras un templo donde el silencio y la quietud se buscaban con el mismo ahínco con el que otrxs trepaban por los aires con un regocijo ansioso.
Después de todas esas idas y venidas quedó una certeza móvil (siempre discutible y matizable): la danza no es una actividad que posea un significado unívoco sino que con ella hacemos cosas muy diferentes.
Podemos, en primer lugar, utilizarla como forma de auto-placer, como cuando bailamos mientras barremos la casa. Esta forma de danza auto-placentera no es necesariamente solitaria y puede convertirse en lubricante de lazos sociales, como cuando bailamos en una fiesta.
Podemos también utilizarla como una herramienta para generar placer en lxs otrxs (lo que habitualmente se denomina “entretenimiento”) ya sea distrayendo sus mentes con bellos cuerpos y bellas formas o convirtiendo a lxs espectadorxs en sujetos fascinadxs por el virtuosismo circense de sus ejecutantes.
La danza también puede ser un lugar de experimentación o de investigación, poniéndola al servicio de “la verdad” para generar resultados que permitan avanzar el conocimiento científico.
Por último, la danza puede ser una herramienta farmaco-coreográfica para la auto-sanación, tanto física como psicológica, aunque éste no se manifieste como su principal objetivo: bailamos por otras razones pero, además, nos sanamos.
¿Cuáles son los objetivos de mi danza y cuáles son las consecuencias de alcanzarlos, tanto para mi propio cuerpo (auto-disciplina en la alimentación y el entrenamiento, posibilidad de lesiones, etc.), como para los demás cuerpos? ¿A quién incluye y a quién excluye mi danza? ¿Cómo esa danza permite “mover” y transformar los códigos sociales anquilosados (en términos de género, de clase social, de racialidad, etc.) o perpetuarlos?
Huelga decir que, aunque la danza sea un fenómeno estético, sus implicaciones son políticas y que mi cercanía con otros artistas se fundamenta en una afinidad que, más allá de las formas, coincide en una política de los cuidados (del propio cuerpo y del cuerpo de los demás) y en una visión de la danza como “llave maestra” que permita abrir todas las mentes atrancadas… a veces atascadas por el propio uso que hacemos de la danza.