Entrevista a Daniel Abreu. Estreno de Venere. 28 y 29 de noviembre en los Teatros del Canal (Madrid). Festival Internacional Madrid en Danza.
El tiempo vuela. El ego desaparece. El compromiso lo abarca todo. Son consecuencias del estado de flujo, expresión acuñada por el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi en 1975, para designar ese estado de dedicación total a la actividad en la que uno se encuentra, propicio para alcanzar el estado de la felicidad. “Cuando estoy con los bailarines dirigiendo y encuentro algo que es novedoso para mí, hace que me olvide del resto del mundo. Es la plenitud. El estado de flujo. Es ese estado de concentración máxima. El placer”, declara Daniel Abreu, bailarín, coreógrafo y también psicólogo. “Uso mucho lo que sé y lo que aprendo de la psicología en la creación, en la manera de exponer un espectáculo. Muchas veces, cuando mis trabajos no se entienden, es porque me he quedado enganchado en un concepto psicológico abstracto. Otras veces por torpeza, por no saber hacerlo de otra forma. Pero cuando hay un enganche simbólico, tiene que ver con algo en lo que me he prendido de la psicología”.
P. “No lo he entendido, pero me ha gustado”, suele ser una frase habitual que usted ha comentado se le dice de sus obras.
R. Sí. A mí me gusta. Es que yo no hago obras para entender, con sus personajes sus historias concretas. No sé hacerlo o igual no me sale. Sentarte en un patio de butacas a comprender una obra coreográfica, es muy complejo. Todo lo que está pasando va a generar palabras en tu cabeza, pero no tienen por qué tener orden.
En Tenerife, donde nació (La Matanza de Acentejo, 1976), se produjo su primera relación con el movimiento. El instituto, una amiga fan de Madonna, las fiestas del pueblo y una modesta escuela de danza, los primeros marcos que sirvieron para el acercamiento. “Mi vocación era la astrofísica. Me pasaba horas aprendiendo constelaciones, mirando las estrellas… Pero en aquel contexto de mi primera escuela de danza, se dio el recibir mucho refuerzo positivo y me hizo quedarme. Refuerzo del profesor, de los compañeros. Es muy importante que uno tenga un arrope. Y aquellas personas alimentaron una autoestima. Además de mi cabezonería”. Abrigo y tesón acompañan la trayectoria de este creador, formado en ballet clásico y danza contemporánea, que firma más de cuarenta producciones y se alza destacado y notorio en la escena nacional y desde hace tiempo. Desde Madrid, ciudad donde reside. Hasta la que llegó y arrancó su recorrido interpretativo en compañías como Lanònima Imperial y Provisional Danza. En la que inició también, su proceder como coreógrafo con el aliento de nombres de la creación dancística como Carmen Werner, Roberto Torres y Ana Vallés, y de la exhibición como el de Elisa Gálvez y Juan Úbeda, directores del desaparecido espacio El Canto de la Cabra, en el que Daniel Abreu mostró sus primeras obras. “Yo no he hecho mi trayectoria solo. Carmen (Werner), por ejemplo, motiva mucho la creación en los bailarines que trabajan con ella. Te arropa, te incita, te empuja. Es mi madre artística”.
P. ¿Y cómo recuerda aquellos inicios?
R. Me sale la sonrisa. Estaba muy ilusionado. Por empezar mis primeras creaciones (Lo que no importa, Espera, A cal…) y por el apoyo que recibía. Recuerdo los primeros días en El Canto de la Cabra, con poco público. Venían los amigos y poco más. Y de pronto, de 4 pasaron a 10 espectadores y la segunda semana se llenó. Hubo todo un crecimiento que alimentó mucho esa ilusión por lo que estaba haciendo. Cuando salí de Provisional Danza, antes de esto, decidí audicionar fuera para varias compañías. Pero no me cogían. De alguna manera la vida me estaba empujando para este camino.
P. ¿Por qué cree que no le seleccionaban?
R. Creo que es muy difícil que te cojan solo por verte. No soy demasiado versátil y de primeras es difícil que se me vea. Mi cuerpo no es técnicamente prototípico. Recuerdo que hice una audición para DV8. Éramos mil… Todos mucho más altos, más guapos… y yo no pintaba nada. Hicimos una clase de ballet y Lloyd Newson (el director) iba tocando a gente. Al ir tocando a bailarines que a mí me estaban gustando mucho, cuando llegó el momento de tocarme a mí, me empecé a ilusionar y pensé `igual estoy´. Pero no, era lo contrario. Entonces Newson explicó la cantidad de veces que no le habían seleccionado en audiciones y la suerte que fue porque empezó a crear. De alguna manera, y sin querer compararme con él, yo también veo como una suerte el que no me hayan cogido.
P. Sus trabajos suelen ser radiografías de estados emocionales, ¿crea también desde lo emocional?
R. No, pero inconscientemente está. Soy una persona muy contenida y sé que en mis trabajos pongo emociones que yo no me permito vivir. Eso es así. Pero creo que lo hacemos todos. Tratar de poner en el escenario todo aquello con lo que nos cuesta estar en contacto. Y sacarlo fuera.
P. ¿Cómo resultan sus procesos de creación?
R. Trabajo con los bailarines. Llego al estudio y les propongo determinada densidad o pauta de movimiento. A partir de ahí les voy conociendo y viendo qué posibilidades hay. De una manera muy intuitiva. Y trato de moverles y cambiarles a diferentes registros. Cuando ya les conozco mucho, hago una especie de revisión histórica de por dónde se suelen mover y les sitúo en otro lugar. Como si inventara las palabras de un lenguaje nuevo y construyera frases con esas nuevas palabras.
P. Existe un lenguaje Abreu muy identificativo, también en la calidad de su movimiento, ¿Cómo ha llegado hasta él?
R. No sé muy bien de dónde sale. Te pones a bailar delante del espejo y… Yo lo hago en el baño de mi casa, con mucha luz. Y como cuando era un adolescente, a veces me pongo los auriculares, me imagino que estoy en un escenario y empiezo a probar cosas. Me pongo a improvisar durante dos, tres, cuatro horas y me quedo con lo que se queda en mi memoria. El lenguaje se va a construyendo con fragmentos de memoria de trabajos de improvisación.
P. En su trayectoria creativa se adivinan estados como la animalidad, la lucha, la redención, la identidad… ¿en qué momento se encuentra ahora?
R. Creo que estoy con la rabia. Aunque aún no lo tengo claro. En Venere, la nueva obra en la que estoy trabajando, la idea es el amor. Pero con algo de enfado detrás.
Venere
“Cuando me propuse Venere, Venus en italiano, pensé `Qué es Venus´. Responde a la idea del amor, de la sexualidad, de la feminidad… Pero también es un planeta y representa lo lejano, lo material, algo que no se puede tocar pero lo vemos… Traducido a las emociones sería la afectividad y la alegría del amor, por un lado. Por otro, la dureza del enfado. En este momento, he ligado esas emociones y ahí están”. Cuatro bailarinas y dos bailarines (Abreu incluido), dibujan la nueva obra de Daniel Abreu que tendrá su estreno en el Festival Internacional Madrid en Danza, pensada en un inicio para la Sala Roja de Teatros del Canal, apuesta de la anterior directora de esta muestra internacional, Ana Cabo, y que finalmente acogerá la Sala Verde, de menor tamaño. “Ana Cabo me animó a dar un paso más apostando por el mayor espacio de los Teatros del Canal y en un principio comencé a pensar en Venere desde otro lugar. Qué pasaría si juntara a muchas mujeres en el escenario. Pero las cosas cambiaron. Permanece la idea de dualidad de la palabra Venere. Y el título, que es por donde empiezo siempre”.
P. Títulos que responden a una sola palabra…
R. Me gustan las palabras que tienen un significado amplio. Palabras que además tengan fuerza, fáciles de recordar. A veces tardo incluso un mes en decidir qué título pongo. Y me he vuelto supersticioso, así que ya no elijo palabras con connotaciones negativas. El proceso de creación de Negro, por ejemplo, fue muy tortuoso. Desolador para mí.
P. En esos procesos, ¿todo le sirve? ¿todo le alimenta?
R. No. La parte de gestión que me lleva la compañía es un tumor que come mucho y me he vuelto más ácido. No me sirve todo. No puedo. No tengo tiempo para dedicar horas al día a ver esto o leer lo otro. Aprovecho los estudios de psicología. Me parece que el mundo está tan contaminado, que a veces me protejo. Me encierro para cuidarme de la saturación. Este verano, al volver de un curso de meditación, recuerdo que vi el mundo de otro modo.
P. ¿Usa la meditación para limpiar esa saturación?
R. La meditación es para mi vida personal. Me limpio trabajando. Me limpio quitándome la angustia de llegar a casa y pensar que no he aprovechado el día. El juez interno está siempre ahí.
P. ¿Es usted su peor crítico?
R. Sí
P. ¿Y cómo convive con ello?
R. Mal. Una de las cosas que no me permite, por ejemplo, es levantar la cabeza cuando bailo. Por lo general miro al suelo. Y es un acto inconsciente provocado por la rapidez que tengo para ver una cara en el otro que no me gusta y castigarme. Con eso soy muy feroz. Y me duele. Voy con mucha exigencia. Es verdad que algo va cambiando, pero sigo siendo muy duro conmigo mismo
P. ¿Dónde está esa cara? ¿En el público, en el escenario?
R. En el público. Por eso no levanto la cabeza y no sé lo que pasa fuera. Sólo lo hago en Perro, al principio… Recuerdo que para el comienzo de Silencio lo pensé. Mirar a los espectadores. Pero no puedo. Tampoco puedo verme en vídeo. Me pongo muy nervioso. ¿Usted lee lo que escribe?
P. Poco…
R. No hay una fluidez con esto. Tal es la autoridad que tengo sobre mí, aunque me voy consintiendo errores.
P. Pero esa cara que usted ve, puede ser algo irreal…
R. Sí. Es algo que sale de mí. Soy consciente de que yo pongo en esa cara mis palabras, lo que yo puedo decirme.
P. ¿Usted cómo se ve? En la danza, como creador…
R. No hago examen. No reviso mi historial, ni mis obras, ni la repercusión que puedan tener. Cojo aciertos y errores y trato de mejorar. Pero no tengo una imagen global de lo que hago. Y sé que me toca hacerlo. El Premio Nacional fue un bofetón a esa parte que no quiere revisar la historia. Llegó y fue una gran alegría. De hecho si me fijo en algo, es para mejorar. Si hablamos de la calidad que da la experiencia, soy consciente de que puede haber tablas. Y aun así me las cuestiono todo el rato. Cada vez que empiezo una creación sufro porque no sé si sabré hacerlo. Cuando voy a salir a bailar me pongo nervioso de 20 mil formas. Mensajes que me mando de “no lo hagas, ya no puedes…”. Es un poco dramático, pero sólo me ocurre en el plano artístico.
P. ¿Y cómo se siente después de hacerlo? Después de, finalmente, salir y bailar.
R. Después de bailar todo ha desaparecido. Me siento ligero. Me he quitado la carga del juicio.
P. ¿Ese juicio también aparece con sus bailarines?
R. Imagino que sí. Yo con mis bailarines soy exigente. Pero creo que lo debo hacer de una manera muy educada y respetuosa porque ninguno se ha negado a volver a trabajar conmigo. Creo que existe una combinación buena entre la exigencia y el arrope. El cariño y el respeto hacia ellos.
P. ¿Hasta qué punto le importa lo que digamos los demás de su trabajo?
R. Podría decir que no me importa, pero no sería real. Claro que me importa. Entiendo y respeto cuando no gusta, cuando no llega. Y tengo un grupo de personas por el que sí siento debilidad porque les guste mi trabajo. El cuidado tiene que estar en no defraudar. Ahora tengo miedo de que se agote mi discurso. Son muchas producciones… En este país no se sostiene ni al artista ni a la obra y la manera de mantenerse es producir, como he hecho. Pero, ¿y si un día toda la energía de estos años se fuera a la basura?
P. ¿Qué cree que haría si eso pasara?
R. Me he cubierto las espaldas hacia otras profesiones, estudiando… No lo sé. Me encantaría decir que tengo una fortaleza interna estupenda, pero no soy tan fuerte. Cuando uno se expone, aparece la fragilidad. Pero lo que hago es lo que me gusta. Y esto es lo que sé hacer.
ABREU SEGÚN ABREU
Espera (2003)
“Rebobinar la escena. Para dejarse sorprender por los múltiples caminos que la vida daba y sigue dando. Este trabajo está muy teñido de Carmen Werner, me recuerda a ella”.
Cuerpo a tierra (2004)
“Me encontré con la fuerza y el humor. Me endurecí a golpes de bailar en la calle. Me gustó, pero también me hizo alejarme de esa idea de educar a la gente a ver danza”.
Se me escapa entre los dedos (2005)
“Recuerdo quedarme parado durante una función en El Canto de la Cabra y mirar el pequeño bonsái que colgaba. Sentí que cuando yo miraba con atención y me ocupaba de lo mío, más llegaba al público”.
Perro (2006)
“Me llené de confianza en el proceso de creación, pero a base de golpes, todo lo que se me ocurría para el trabajo lo hicieron otros y mucho mejor. Así que eso me hizo centrarme mucho en mí y todo fue inconsciente”.
Ojos de pez (2007)
“Era para mi belleza. Me podía pasar horas viendo el principio que bailaban Igor Calonge y Andrea Quintana”.
Nuevamente ante ti fascinado (2008)
“La generosidad que Roberto Leal regalaba al público y a mí, provocaba momentos maravillosos. No se vio tanto como yo creía, pero cada una de las veces fue un regalo”.
Equilibrio (2010)
“Para mí, la obra más redonda. No bailaba así que es la única que he visto entera y de la que nunca me cansé. Quizás la más creativa y la más redonda”.
Animal (2011)
“Me quedo con la reacción del público, muchas veces en pie, muchas veces entusiasmado pataleando, muchas veces largos silencios entre el final y los aplausos… aún hoy se acoge con cariño y algunos con pudor (aquellos que temen un cuerpo desnudo)”.
Garganta (2015)
“Al terminar de ver el estreno, creo que muchos de los presentes teníamos un nudo en el estómago y ni siquiera yo sé cómo se fue formando. La obra llegó y me arrasó. Y eso me gusta”.