Crítica de Réquiem pour L. Dirección: Alain Platel. Música: Fabrizio Cassol, a partir del Réquiem de W.A. Mozart. Intérpretes: Rodriguez Vangama (guitarra y bajo eléctrico), Boule Mpanya, Fredy Massamba y Russell Thsiebua (voces), Nobulumko Mngxekeza, Owen Metsileng y Stephen Diaz / Rodrigo Ferreira (voces líricas), Joao Barradas (acordeón), Kojack Kossakamvwe (guitarra eléctrica), Niels Van Heertum (bombardino), Bouton Kalanda, Erick Ngoya y Silva Makengo (likembe) y Michel Seba (percusión). Festival de Otoño. Teatros del Canal. Sala Roja (Madrid). 21 de noviembre de 2019.
La muerte es tema recurrente en toda creación artística. Casi de manera inevitable, preguntas y reflexiones se suceden en torno a ella. En el último trabajo del creador belga Alain Platel, la muerte simplemente está, proyectada en pantalla grande a través de Lucie, una mujer con una enfermedad incurable que transita la eutanasia y permitió que Platel grabara sus últimos momentos de aliento con el fin de usar las imágenes en un espectáculo. Lucie, L, era admiradora de la obra del artista y pensó, acertadamente, que su decisión sería poesía escénica en manos de Platel. Y en un plano evidente, lo es. Requiem pour L. es un regalo para Lucie, un acto en el que se respira tributo y respeto, pero también un nuevo motivo para que Platel pueda poner a pie de escenario los grandes temas que sortean su discurso, sostenidos por lo individual y lo colectivo. Lo espiritual, lo social, lo religioso… Junto a la enorme proyección de Lucie, en blanco y negro y a cámara lenta, 14 músicos, muchos de ellos congoleños, abastecen la escena con una personalísima adaptación del Requiem de Mozart y otros ritmos jazzísticos y africanos, todo ello orquestado por Fabrizio Cassol, habitual colaborador de Platel. Cantan, se mueven algo y se pasean por las lápidas dispuestas en todo el escenario, que dibujan claramente el imaginario requerido de camposanto, pero también dejan poco lugar para la vitalidad y el movimiento que se persigue en esta contraposición de celebrar la vida a través de la muerte.
Y aquí se da una de las fragilidades de este bello espectáculo que no consigue que la belleza y la conmoción sean suficientes para sostener la hora y cuarenta minutos que dura. Se echa en falta acción en escena y se acusa la contradicción de unos músicos, fabulosos por cierto, que celebran la vida acompañando a Lucie por su muerte, en una concepción espacial en la que aparecen encorsetados. La habitual dimension poliédrica de los espectáculos de Platel, maestro en la concepción de espectáculos totales donde música, movimiento, texto, escenografía y todo lo imaginable, convive de manera vibrante con discursos agitadores, aquí no está. Todo eso ha dejado paso a la contemplación, la nuestra y la de los músicos hacia Lucie, incluso la de L, en esos conmovedores momentos de comunión escénica en los que parece mirar lo que ocurre. Pero el sobrecogimiento difícilmente se mantiene y resulta, por momentos, una quietud reiterada que llega a nublar la emoción.