Es Maguy Marin (Toulouse, 1951) figura representativa de la historia de la danza contemporánea. De ascendencia española («mi madre madrileña, mi padre de Córdoba»), ha desarrollado casi toda su vida y obra en Francia, país en el que reside y en el que ha dibujado una destacada trayectoria. May B, obra estrenada en 1981, y por la que han pasado más de cien bailarines a lo largo de estos años (en el escenario son diez), se alza como trabajo emblemático de su recorrido y del de la creación dancística, y visitará Valencia el próximo 5 de mayo para inaugurar la sexta edición del Festival 10 Sentidos. Un encuentro dirigido por las coreógrafas y bailarinas Meritxell Barberá e Inma García, que pone el acento en la acción social a través de la danza. En la próxima entrega de este festival, que vio cómo en su edición de 2016 crecía en propuestas y temporalidad (se desarrolló durante casi un mes), el lema Por Mayores abandera un mensaje positivo alrededor del paso del tiempo y la vejez, concretado en la posibilidad de reinvención, de construir nuevos escenarios para la identidad personal y profesional en esta etapa de la vida. Ahí se enmarca May B, una pieza que transita por las dificultades de ser humano, tema clave en el discurso de la coreógrafa, por la que el tiempo transcurre sin mella negativa. Y ahí se sitúa Maguy Marin, creadora por la que el acontecer de su vida profesional, ha valido para emplazarla en lugar señalado de la danza. «May B parte del trabajo de Samuel Beckett, que leí diez años antes de hacer la pieza, y me provocó una revolución interna. Esta obra surgió de cierta angustia o inquietud hacia el mundo y hacia la injusticia, y en Beckett encontré algo de humor y el poder de ver la condición humana, que fue reveladora para mí. También fue algo un poco inconsciente. Yo tenía 30 años cuando monté la pieza y salió como un parto rápido».
P- En estos 35 años de vida de May B, ¿alguna vez tuvo la tentación de cambiar algo en la pieza?
R- No me gusta volver. O lo tiro o en la siguiente creación trabajo sobre lo que no me gustó en la anterior. La hago, veo lo que he hecho y después inicio otra, corrigiendo el lugar donde pienso que pude equivocarme. Pero no vuelvo sobre la misma. Son equilibrios complicados. Si no, habría que trabajar sobre una sola pieza durante toda la vida. Eso sería interesante.
P- ¿Qué ha sido lo más positivo que le ha regalado el paso del tiempo?
R- Muchas cosas que yo tomaba en cuenta antes, que ahora ya no. La importancia de la vida, más que del arte. Los momentos que se viven con gente, en el trabajo, en la vida privada… me parecen como tesoros de intercambio entre personas. Para mí es importante darle cualidad a la prioridad de esos momentos, más que a la rapidez».
P- ¿Ha habido cambio, con el paso del tiempo, a la hora de abordar sus obras?
R- Sí. Al principio tenía miedo, sentía mucha responsabilidad hacia los bailarines con los que trabajo. Sentía que tenía que dar la imagen de alguien que no duda. Con el tiempo, la relación con las personas con quienes trabajo es más fluida, menos rígida. Ahora siento que construimos juntos.
P- Como creadora, ¿qué cualidades le pide a un intérprete?
R- Que sea alguien a quien le guste trabajar, sin esperar un resultado rápido. Disponibilidad para la búsqueda, pero también para la técnica. Ser preciso con las cosas. Hacer esto y no lo otro. Concentración en los movimientos. Y esa gente que trabaja así, sin esperar el éxito, por lo general es gente modesta y tranquila con su ego. No necesitan exhibirse, el trabajo pasa por ellos y es el que comunica.
P- En esos procesos creativos, ¿tiene algún tipo de ritual que permanece?
R- Rituales sin Dios. Hacemos ejercicios que nos permiten encontrar un ambiente común. Ejercicios de ritmo, improvisaciones… También hay trabajo de mesa. Muestro libros que he leído. Y la intuición de por dónde ir. Esa parte dura mucho tiempo. La comparto con ellos. Vamos poquito a poco.
P- ¿Cómo empezó a coreografiar?
R- En primer lugar, porque unos profesores, en la escuela de Maurice Béjart, me dieron confianza para sentir que podía hacerlo. Yo no tenía en mente ser coreógrafa. Yo quería bailar. Y cuando estaba al servicio de un coreógrafo o autor, quería entender y devolver algo de la poesía que se me daba. Si no hubiera tenido esos profesores, nunca me hubiera atrevido a coreografiar. Después, le cogí el gusto porque lo pasaba bien, pero es el mundo el que te dice que eres coreógrafa. Yo no me posiciono ahí. Siempre me he sentido más intérprete. Claro que tengo responsabilidad sobre una creación, pero también hay que tener una comprensión corporal continua del trabajo que se está haciendo. Y lo comparto mucho con quienes trabajo. Desde siempre, había cosas en la vida con las que no estaba de acuerdo. Y me enfadaba porque el mundo es muy injusto. Cosas, que desde pequeña no me pasaban por la garganta. Y exprimo la rabia coreografiando.
P- ¿Qué le ha dado la danza en este sentido?
R- A mí me ha salvado la vida. Menos mal que cuando era pequeña empecé a bailar, que me gustó… eso fue como una luz, siempre en el camino, que yo seguí. La vida de danza que he tenido, de compartir momentos de búsqueda, con el público, me ha ayudado a vivir, a no perderme. La rabia puede ser terrible si no le das forma poética y política. Y la danza me ha impedido estar en un estado de rabia destructiva.