Casi como un mapa intervenido por la danza, puede leerse la exposición de fotografía que el bailarín y coreógrafo Elías Aguirre, mostrará entre el 7 de abril y el 8 de mayo en el Kultur Leioa (Vizcaya). Construida por 20 imágenes de 1 metro y 50 centímetros x 1 metro, aproximadamente, arroja la muestra una impactante alianza entre urbe y movimiento, y pone de manifiesto una mirada, la de su creador, en la que confluyen varias pasiones y una insaciable curiosidad. Su formación en Bellas Artes, la dancística, su atracción por el entorno, la necesidad de intervenirlo, construir a partir de él y establecer conexiones… «el diálogo entre el espacio cambiante y el cuerpo en movimiento refleja la lucha por conquistar lugares que adquieren nuevos significados», explica. «Desde muy pequeño me ha gustado encontrarme con lugares especiales, encontrados, y tiene que ver con este proyecto. Me gustaba irme al campo solo, por Alicante a los pinares en los alrededores de Torrevieja. Y me tiraba el día entero recorriendo lugares que me resultaban mágicos. Los pequeños detalles, la naturaleza invisible, lo que pasa inadvertido. Todo eso se ha quedado, lo retuve».
La exposición, que lleva el título de Imbermoves, un juego de palabras que hace referencia al movimiento espacial y el movimiento como danza, pero también un guiño a su segundo apellido «Imbernón», de procedencia vikinga, recoge el fruto de años de viajes y fotografías. Francia, Italia, Filipinas, España, Senegal, Guinea Ecuatorial, Vietnam, Australia, China, Malasia… Un periplo dibujado por la intensa agenda que ha protagonizado la trayectoria de Elías Aguirre, especialmente intensificada con Entomo, pieza creada e interpretada junto a Álvaro Esteban, que ha visitado numerosos e internacionales escenarios. «Entomo me dio la posibilidad de girar mucho y encontrarme con muchos lugares mágicos, respondiendo a esa voracidad que yo tengo por descubrir rincones especiales. Soy un poco obsesivo con las cosas que me gustan y recuerdo que estudiaba el momento justo para la foto dependiendo de la luz y haciendo exactamente esto. En Corea, me bajé a hacer una foto a las 5 de la mañana probando cosas hasta que di con la imagen que quería. Puedo estar hasta 3 y 4 horas buscando la foto perfecta. Es como cuando te encuentras con un amigo. Me encuentro con el lugar y necesito cosas»
P- En la mayor parte de las imágenes aparece usted en la foto, solo, ¿esto también responde a una necesidad?
R- En principio no era esa la idea. Todo arrancó cuando estudiaba Bellas Artes y al mismo tiempo comencé a tomar clases de danza. Rápidamente establecí un diálogo entre la imagen y el movimiento y me llevaba a bailarines a la Facultad y a gente de la Universidad al Conservatorio. En mi gira con Mayumana, hacia 2005, yo quería fotografiar a mis compañeros bailarines. Encontraba huecos, lugares y les hacía propuestas. Pensaba en un bailarín en concreto, en el tiempo, la luz… Pero no siempre se podía. Así que me iba al lugar, tomaba notas, bocetos, me ponía delante de la cámara para ver cómo quedaría la imagen… Y llega un momento en el que empiezo a tener muchas imágenes en las que soy yo.
P- ¿Cómo se consigue todo el proceso: bailar, fotografiar y salir en la imagen en el momento justo?
R- Inicialmente posaba estático. Cuando quise hacer fotos en movimiento, usaba el crono, preparaba la cámara y calculaba el tiempo mirando la lucecita roja más otros segundos que uno tiene que contar en la cabeza. Pero conseguí encontrar un disparador remoto en ráfaga y fue el descubrimiento. Me lo guardaba en el bolsillo y en alguna foto incluso se ve en el suelo. Ocasionalmente, yo preparaba todos los parámetros, composición… y alguien disparaba una ráfaga. Procuro que toda esa preparación inicial quede en un segundo plano, que no se sienta. Hay mucho de verdad del momento. Es un proceso metódico y espontáneo a la vez. Improvisado y meticuloso.
P- También parece un trabajo muy solitario…
R- Solitario y en ocasiones arriesgado. La fotografía que sirve como imagen del cartel de esta exposición está tomada en Senegal. En una pequeña cárcel. Recuerdo que ví el patio interior y quedé fascinado, pero un chico que había en la puerta, arreglando bicicletas, no me dejó pasar. Cuando por fin lo conseguí, me encontré con un espacio completamente abandonado. Nadie sabía que yo estaba allí. Y comencé a saltar. Entre espinas, con picores de pulgas, dolor… Cuando terminé la sesión y llegué al teatro, algunos compañeros pensaron que me habían pegado. Yo tenía mi foto y había calentado para la función.
P- ¿Por qué saltos?
R- La ingravidez, me interesa. La libertad de expresar el cuerpo libremente. Hay algo de salvaje y de una expresión más visceral del cuerpo. No es el hecho de saltar en sí, lo que me atrae, sino de flotar. Un cuerpo del que no se sabe de dónde vine y hacia dónde va.
Junto a la exposición que permanecerá abierta al público hasta el próximo 8 de mayo, Elías Aguirre mostrará su reciente obra Flightless y protagonizará un encuentro con el público alrededor de Imbermoves.