El entorno para un festival de danza desarrollado en la calle y espacios no convencionales, cuenta mucho. Es escenario y suma (o resta) a las propuestas. Hay que pensarlo, imaginarlo con el trabajo a mostrar. Y en este sentido, Garachico, localidad al norte de Tenerife, hace de Cuadernos Escénicos uno de los encuentros con la danza más especiales del país. Mar y montaña, en su estado más salvaje, arropan a este pequeño pueblecito de pequeños edificios, plazas, rincones y parques, que encuentran su encanto en el cuidado. También en sus habitantes, acostumbrados a la actividad cultural de su localidad (a lo largo del año se celebran numerosos encuentros con el cine, la gastronomía, etc), espectadores militantes y participativos.
Dirigido por Roberto Torres, también creador e intérprete, director de la compañía Nómada y del Centro de Artes Escénicas Teatro Victoria de Santa Cruz de Tenerife, Cuadernos Escénicos ha mostrado en su recién finalizada edición número siete, un nutrido grupo de propuestas, todas ellas pegadas a la actualidad de la danza, y ha enseñado el corazón de esta cita que late en tres frentes: la creación canaria; la formación (con talleres) y diversidad y la preocupación por el entorno y su historia, al que mira continuamente. Tres latidos que lejos de estructurarse de manera independiente, respiran en su conjunto a lo largo de todas las jornadas.
La del viernes 20 por la tarde se desarrolló en el interior del antiguo convento de San Francisco a las 20´00h. Y de las cuatro propuestas mostradas destacaron con fuerza dos: la pieza Un poco de nadie, de la Compañía Carmen Fumero, interpretada por la creadora junto a Miguel Ballabriga e Indalecio Séura y la muestra del taller que el coreógrafo y bailarín Daniel Abreu, reciente triunfador en los Premios Max, desarrolló durante una semana en Garachico. Nítida y eficaz la creación de Fumero, navega por la relación espacial (y existencial) de sus tres protagonistas, con una ausencia total de interacción basada en estereotipos de género (cosa que se agradece), proponiendo un trato en el que el intento de ser alguien parece encontrarse a través del movimiento. Alcanzar la vida (y la identidad) a través de la danza. La fuerte personalidad interpretativa de sus tres protagonistas (destaca la singularidad de la canaria Carmen Fumero), añade consistencia al trabajo. La muestra del taller de Abreu (también canario) llenó el Convento con la presencia y energía de sus doce intérpretes-alumnos y sorprendió la limpieza narrativa y estructural y la capacidad de dejar hacer sin perder su significativo sello coreógráfico. Destacaron los bailarines Juan Cabrera, Arnau Pérez y la congoleña (y majestuosa) Marie Agnes Gomis. También se vieron propuestas de Daniel Morales y Laura Marrero y la compañía Enbe Danza. La velada finalizó con danza, cine y gastronomía, iniciativa del festival Choreoscope, en el que se degustaron propuestas culinarias pensadas alrededor de las cinco piezas de cine-danza que se proyectaron.
La jornada del sábado por la tarde arrancó en la Ermita de San Roque. Desde allí, un grupo de música y baile popular de la zona, guió a los asistentes unos metros más abajo, entre cintas y colores, folclore y origen, hasta el puerto deportivo en el que se desarrollaron las seis propuestas de la tarde, con formato de circuito. Un entrañable y acertado arranque en el que el pasado conduce al presente. Lo autóctono a lo contemporáneo. El entorno, con barcos y montaña de fondo, se alzó absolutamente solemne y el recorrido solo se vio ligeramente ensombrecido por el viento frío que se desató y tal vez una excesiva duración de la velada. Se mostraron los trabajos Jaleo, de Álvaro Frutos y Samuel Minguillón; I´m not a kid anymore, de Arnau Pérez; Billie Jean, de La Intrusa; See you, see yourself, de la compañía Natalia Medina; el delicado y rotundo (en su mensaje) dúo Cyclamen, de la agrupación Yur Dance y Träd, eficaz reflexión sobre víctimas y verdugos, envuelto en la atmósfera bélica que azota la triste actualidad política de algunos países, del Colectivo Lamajara. Por la mañana, el sábado 21 estuvo dedicado a la danza y su diversidad con el programa Danza en Comunidad, nacido en el Auditorio de Tenerife y coordinado por Laura Marrero, que mostró el trabajo realizado con diversos colectivos.
La Montañeta, paraje augusto a 7 kilómetros de Garachico, fue escenario para Cuadernos en Ruta, iniciativa que ocupó la mañana del domingo 22 de julio. Se inició con la proyección de un fragmento del documental Memoria mágica, un proyecto de recuperación de la historia de Garachico a través de las vivencias de sus mayores, que viene desarrollándose desde hace cinco años, coordinado por Cirilo Leal. Tres de sus protagonistas, Candelaria, Magdalena y Domingo, estaban allí para contar en vivo cómo se vivía hace más de cincuenta años en esta localidad tinerfeña. Un acertado encuentro para contextualizar la danza con la historia del lugar. A continuación, y guiados por el sonido de un tambor que nos mantuvo pegados a la historia, se guió a los asistentes por las propuestas, que arrancaron con la fuerza estética del colectivo irlandés Alexandre Jazmin Iseli-Chiodi, acentuada por música local en directo. El bailarín y coreógrafo canario Daniel Morales y el músico Edhu Spina protagonizaron otro bello momento, con una pieza creada para este paraje, así como Carmen Macías, de rojo frente al verde del lugar, recorriendo un imponente puente hasta el encuentro del músico Jason Luis. Cerró el programa Élida Dorta junto a Consuelo Acosta González y Rebeca Piriz, en una propuesta con aroma a niñez y nostalgia.
Ya por la tarde, una abarrotada Glorieta de San Francisco fue escenario para la clausura del festival que arrancó en el interior del Convento con la muestra del taller con la Asociación de Mayores Mar Lava, impartido por Roberto Torres y devolvió la aproximación de un grupo de señoras a la danza contemporánea, entregada y tierna (“Chicas, hoy comemos papas rellenas”). Fuera, en la plaza, se vio el resultado de otro taller, impartido por el bailarín y coreógrafo Jesús Caramés; el dúo Liov, de Diego Sinniger junto a Kiko López; U´Reeb, de Marie Agnes Gomis; Sed, de la Compañía D´Click, inteligente trabajo entre la danza y el circo y La Siesta, de La Petite Producciones, que levantó carcajadas y absoluta complicidad con el público y encuentra su logro en un lúcido trato del humor, nada exagerado y eficaz en su medida, así como en sus tres protagonistas y la sencillez y claridad de la narración.