La Academia de las Artes Escénicas de España ha publicado recientemente el libro Historia de la Danza Contemporánea en España. Volumen 1. De los últimos años de la dictadura hasta 1992.
Este texto corresponde al capítulo final de Conclusiones, que elaboré para esta publicación.
El libro cuenta con idea y coordinación de las académicas Rosángeles Valls y Carmen Giménez Morte, encargada también de la edición.
Un rápido vistazo antropológico a la historia cultural de cualquier país, sirve para arrojar una idea que se presenta clave para valorar el origen de cualquier manifestación relacionada con el arte (no tanto para su supervivencia): que lo artístico sucede a pesar de todo. A pesar de la poca información, del contexto sociopolítico, de la falta de cobertura institucional… El recorrido de la humanidad, alrededor de lo cultural e intelectual, se abastece de inquietudes, corrientes y disciplinas, que en mayor o menor medida y con mayor o menor esfuerzo, se imponen pese a las dificultades. Así es la necesidad del individuo y así se articula la evolución: ganando batallas a lo establecido.
Este superar guerrillas abarca no pocos inconvenientes sobre los que alzarse. Romper el molde no cuenta con complicidades multitudinarias. Lo de abrirse camino en terrenos desconocidos siempre ha sido gesta engorrosa y la hazaña suele ir pegada a una profunda soledad. Críticas de compañeros de camino artístico, incomprensión del público y falta de soporte institucional (se establece cuando los hechos ya se encuentran afianzados), son solo algunas de las secuelas que siguen a lo de innovar.
En el terreno que nos ocupa, el de la danza contemporánea, el camino de dificultades ha sido el mismo y sus orígenes, al margen de geografías y apoyos, están repletos de las vicisitudes de cualquier revolución (pequeña o grande). En España, además, la dictadura en la que vivía el país hacía impensable cualquier hecho que tuviera que ver con la libertad. Si esa libertad, además, va pegada al cuerpo, la cosa se tornaba ciencia ficción. Por eso, cuando en otros países la danza ya se alzaba contemporánea con nombre propio, por aquí ni se pensaba en ella.
Los 80 del siglo pasado, década mágica en muchos aspectos, dieron paso a los primeros atisbos de este tipo de danza en nuestro país. Y a pesar de que el ambiente posdictadura era tan incómodo como palpable, esta nueva disciplina, que llevaba años rompiendo cánones más allá de nuestras fronteras, comenzó a abrirse camino.
A las contrariedades expuestas sobre el contexto político en el que comenzó a gestarse la danza contemporánea en nuestro país, hay que sumarle otra nada desdeñable: el escaso registro documental que ha hecho, entre otras cosas, que este libro que tienen en sus manos también sea una hazaña en no pocos casos. Estructurarlo en comunidades autónomas lo convierten en una estupenda herramienta para radiografiar los orígenes de la danza contemporánea en España, nada homogéneos, por cierto. Pero también para dejar al descubierto las fragilidades geográficas entre las que esta danza echó a andar. Y otra más. El insuficiente interés que el surgimiento de este arte tuvo en los medios de comunicación, encontrándose solo unas cuantas reseñas, de cuestionable enfoque, como se menciona en varios capítulos de este libro. En este camino alrededor de la difusión y comunicación de la danza contemporánea en los medios de información general, aun queda mucho por hacer. Llama la atención que el panorama irregular e insuficiente actual, fruto del desinterés en gran medida, ya se diera en su génesis.
El nacimiento de la danza contemporánea en España no escapó de la centralización que suele empapar cualquier hecho aun en la actualidad. Cultural o político; social o económico. Y Madrid y Barcelona fueron focos principales en su origen y evolución. A otra escala, aunque también destacable, se encuentran la comunidad valenciana y Andalucía, principalmente. Pero todo el mapa es reseñable, dado el carácter múltiple y dispar que atiende a las particularidades de cada comunidad y su acceso a la cultura, determinado en gran medida por contextos políticos y sociales.
En estas dos grandes ciudades se dieron de manera más evidente las tres grandes líneas sobre las que se armó el devenir de la danza contemporánea, y que pueden extraerse de esta publicación a través de lo geográfico: el contexto pedagógico, el creativo, con la aparición de las primeras compañías y una también incipiente difusión de danza contemporánea, cristalizada en la visita de las primeras compañías extranjeras programadas en nuestro país y de los primeros trabajos de por aquí, que comenzaban a mostrarse.
Enseñanza, creación y difusión. Abriendo camino.
Intérpretes atentos, creadores curiosos, pedagogos comprometidos. Articularon los primeros pasos alrededor de la enseñanza de la danza contemporánea, que en no pocas ocasiones llegó hasta nuestro país bajo el epígrafe y discurso de danza moderna y jazz. Y aunque no puede hablarse de verdadera ebullición, la fragilidad y la timidez de arrancar algo nuevo se imponía, en los 80 del siglo pasado comenzaron a aparecer los primeros nombres abanderados de lo pedagógico. Carmen Senra en Madrid y su primera escuela especializada en esta danza, Estudio Ritmo; también Pilar Sierra, desde el movimiento y Arnold Taraborrelli desde el teatro, en la capital; Anna Maleras, José Laínez y Concha Martínez en Barcelona, donde el Institut del Teatre se presenta vertebrador, como también lo fue La Fábrica, centro en el que se gestó el intercambio internacional más significativo de la época, capitaneada por Toni Gelabert y Norma Axenfeld.
Relevante fue también la presencia pedagógica en la comunidad valenciana donde a finales de la década de los setenta surgen los primeros cursos y talleres alrededor de esta disciplina, nueva en nuestro país. Destacan, en este sentido, varios nombres. El de Rosángeles Valls y José Argente, organizadores en 1978 de los primeros coloquios alrededor de la danza en la Escuela El Micalet, y el de Gerard Collins, autor de prolíficos cursos en la materia. Por otra parte, y en este contexto pedagógico, Asturias, gracias a la Universidad de Oviedo, también construyó esos primeros pasos con el Laboratorio de Danza que puso en marcha José Benito Álvarez, su Vice Rector. Y Baleares, a pesar de su condición insular, acogió los primeros stage internacionales de danza moderna y jazz, dirigidos por el escritor y periodista Delfín Colomé. En Aragón, destaca la Escuela Superior de Artes Corporales, fundada en 1968 por Juan Salgado y Rosa María Lloquis. “No es exagerado decir que en Zaragoza (y en Aragón) la danza contemporánea nace, crece y se desarrolla en esta sede”, se apunta en el capítulo.
En aquellos años comenzaron a llegar los primeros trabajos de compañías y creadores extranjeros enfocados en nuevos lenguajes del movimiento. Pina Bausch, Pilobolus, Anne Teresa de Keersmaeker, Linday Kemp y su mítica obra Flowers, la compañía de Martha Graham, Carolyn Carlson, Maguy Marin… visitaban nuestro país. Lo que puso sobre el tapete algunas cuestiones. Por ejemplo, la existencia de programadores interesados por esta nueva expresión de la danza sin miedo al riesgo; el acceso a la danza que se hacía más allá de este país y la necesidad de marchar fuera, por parte de los intérpretes, para empaparse de ella.
Muchos de estos últimos realizaron un viaje de ida y vuelta que proporcionó las primeras agrupaciones de danza contemporánea en España. Imposible enumerarlos a todos en este epígrafe de conclusiones y repaso a una primera parte de la historia de la danza contemporánea, pero es de justicia destacar algunos de los mencionados en los diferentes capítulos. Bocanada Danza, Mónica Runde, Pedro Berdäyes, Ángels Margarit, Cesc Gelabert y Lydia Azzopardi, Danat Dansa, Lanònima Imperial, Avelina Argüelles, Ramón Oller, Pilar Pérez Calvete, Mercedes Rubio y África Calvo Lluch, autoras de la compañía Hidra Danza, Tomé Araujo…
Y aunque muchos de ellos no aguantaron en el tiempo, por falta de una estructura sólida que los amparase, protagonizaron ese momento tan difícil de abrir camino y alimentaron los inicios de la danza contemporánea, que en la década de los 80, como se apunta en el capítulo dedicado a Cataluña, vivió uno de sus momentos claves: en Barcelona, en diez años, se estrenaron 340 trabajos.
Pero no hay vida para la creación, más allá de la sala de estudio, sin un soporte que la apoye y acoja. Y en este sentido, Madrid, en aquellos años, se alzó insigne. En 1982, bajo el primer gobierno socialista, la danza adquiere empuje desde lo institucional y se crean, de manera directa o indirecta en lo que a ayudas públicas se refiere, no pocas iniciativas. Destacan el Centro Nacional de Nuevas Tendencias-Sala Olimpia, espacio referencial para la danza contemporánea en nuestro país con Guillermo Heras al frente, nombre clave también en la materia que nos ocupa; arranca el Festival de Otoño (1984); la Muestra de Danza (1986), hoy Festival Internacional Madrid en Danza y el Certamen Coreográfico de Madrid (1987), con Laura Kumin y Margaret Jova como directoras e impulsoras. Ya en otras comunidades, cabe destacar la Muestra de Teatro y Danza Joven del Instituto de la Juventud (1984-1990) de Asturias y la creación del Instituto del Teatro y Artes Escénicas de Asturias (ITAE), en 1985.
La difusión de todos estos acontecimientos alrededor de la danza, elemento fundamental también de todo engranaje artístico, se mostraba tímida, cohibida, y pocos medios de comunicación se hicieron eco de la revolución dancística que poco a poco llegaba y se afianzaba en nuestro país, con nombres propios y autóctonos. Un repaso rápido por los capítulos de este libro testifican este déficit. Pero también dan fe de un acontecimiento periodístico, que por su arresto y profesionalidad, merece destacarse. Se trata del nacimiento de la revista ya desaparecida Dansa 79, publicación nacida en Cataluña bajo la idea y dirección de tres mujeres, hoy en activo: Carmen del Val, Montse G. Ozet y Beatriu Daniel. Un ejemplo de la necesidad de cobertura que la danza, como cualquier otro arte, necesita y un proyecto pionero en el periodismo especializado en danza en nuestro país.
Frágil, tímida, tardía e irregular, pero también aguerrida y de espíritu heroico y creativo, la danza contemporánea se abrió camino en España en un panorama nada favorable que consiguió sortear imponiéndose a pesar de todo (creatividad y necesidad obligan).