Esta última crónica del festival Dansa València arranca a las 8 de la mañana de hoy domingo, 10 de abril. Apuro un último café en la terraza del hotel, con el abrigo que he tenido que rescatar del armario, anoche bajaron las temperaturas. El cielo está oscuro como si quisiera recordarnos lo que significa la primavera; a veces ni nos enteramos de que existe, a pesar de la alergia. Me acuerdo también de una frase que leí anoche en uno de los libros que he traído, “era como beber oscuridad”.
Ya en el tren de vuelta a Madrid, descubro que los trayectos me siguen sacando la primera persona y en lugar de resistirme a fórmulas periodísticas, me dejo llevar por la laxitud que ofrece el género de la crónica, en estos aspectos. Han sido trece espectáculos en tres días, trece jornadas de mirada y memoria, por ambas pasa el ejercicio de escribir. De observar y recomponer o filtrar a través de la palabra. De poner distancia para una práctica mejor, de amarrar el respeto por lo que se ve, pero también de asumir, que lo absoluto de lo cierto no estará nunca ni allí ni aquí.
Me alegra comprobar que libertad e independencia en mi trabajo, siguen siendo lo primero.
Me conecto a internet con cierta dificultad y consigo enviar a la revista Red Escénica la crítica que me han pedido sobre Ion, del creador griego Christos Papadopoulos, que cerró anoche la jornada del sábado del Dansa València. Ese texto va en tercera persona, claro, y logra llegar a pesar del Play Renfe. Me vienen las procesiones con las que nos topamos anoche en el barrio del Cabanyal, antes y después del espectáculo en el Teatre El Musical y decido continuar con esta crónica de manera invertida.
Para no repetirme, de Ion solo escribiré que coronó un certero día de propuestas. (Leer la crítica para Red Escénica AQUÍ).
A esta pieza de Papadopoulos se llegó desde la Sala Martín y Soler del Palau de les Arts donde se mostró Migrare, de la compañía Maduixa. Un espectáculo para cuatro bailarinas y ocho zancos, en el que el severo trabajo físico que realizan las intérpretes subidas a estas plataformas, es acierto pero también fragilidad. La rigidez de los soportes marca el vocabulario de movimientos hasta un punto en el que lo agota demasiado pronto. El trabajo de gran carga social y tristemente actual, conmueve por su implicación de fronteras y éxodos.
Hasta allí, el autobús facilitado por el festival nos cobijó desde Espai Inestable (la temperatura había empezado a caer) donde a las 17´00h el patio de butacas se convirtió en foco para la simpática y a veces sorprendente pieza de Javier J. Hedrosa. Fosc recupera la memoria de cualquier espectador de danza a través del texto. Y en el transcurso de una hora cuatro intérpretes sentados entre el público reconstruyen espectáculos ya vistos y proporcionan anécdotas. Al tiempo, temas como la validez de una interpretación o lo normativo en los cuerpos, por ejemplo, atraviesan el trabajo. La palabra para llevar a escena el movimiento de montajes de Pere Maura, Vicente Arlandis, Sol Picó, Ananda Dansa, Xavier Le Roy, Anne Teresa de Keersmaeker, Raimund Hoigue, Mónica Valenciano o Rafael Amargo, entre otros. También experiencias sobre José Sacristán y Concha Velasco, pero en su mayoría alrededor de la danza y vividas, sobre todo, en Barcelona o Valencia.
La mañana del sábado estuvo esbozada por tres propuestas que se encontraron en la limpieza y nitidez de sus discursos. Como Sphera, de HumanHood Dance Company. Un eficaz dúo sostenido en la impoluta interpretación y el blanco de la alfombra y vestuario que, de alguna manera, les resguardaba. O como In-Side, de Lucía Montes y Mado Dallery, reconocida en el 35 Certamen Coreográfico de Madrid y el Certamen Internacional Coreográfico Burgos-Nueva York de 2021, que abrió el día a las 11.30 de la mañana en La Mutant y arrojó desde la escena significantes y significados sobre complicidad y contundencia corporal.
Entre estos dos montajes, el creador e intérprete de flamenco empírico Juan Carlos Lérida llegó en un Skoda blanco (como parte de la pieza) subido a sus Máquinas Sagradas. Una propuesta site specific fruto de la investigación que viene desarrollando alrededor del movimiento en gremios laborales, como el que se ocupa de la mecánica de coches. Mostrado en el patio de La Mutant, donde quedó aparcado el vehículo del que bajaron el bailarín y el cantaor Jorge Mesa (El Pirata), el trabajo consigue deambular entre lo sacro y lo profano con la experimentación, corporal y expositiva, como categórico y lúcido discurso.
Madrid.