Arranco esta primera columna de opinión, de mi medio y de mi trayectoria, con cierto pudor. Confieso que en la definición de este género periodístico, se dan unas cuantas palabras y conceptos que me han mantenido lejos hasta la fecha. “Género de opinión escrito en primera persona que lanza un punto de vista”, más o menos. Lo de la primera persona del singular me cuesta. Por reserva y por modestia (verdad verdadera). Pero la necesidad de análisis y reflexión últimamente campa a sus anchas en mis entretelas. Entiendo que fruto de una inquietud profesional, alojada dentro y fuera (este último lugar es discutible, podrán decir). Y necesidad y desazón han ganado la batalla. Me viene a la cabeza una frase de mi adorado Umberto Eco. “Toda información es importante si está conectada con otra”.
En la danza, como en todo lo demás, no suele haber hecho aislado. Menos aún, fuera del escenario. Y como reflexiva compulsiva, poco amiga de la diplomacia (ya me gustaría) suelo girar sobre ellos más de lo que (a veces) desearía. Uno de esos hechos que habita en mis preocupaciones tiene que ver con la relación de la danza y los medios de comunicación. O al revés. Ya ven. Y ha sido una alegría comprobar recientemente que, como periodista, no es solo mía. La semana pasada participé con colegas de profesión en unas jornadas que la Asociación ADGAE (Asociación de Empresas de Distribución y Gestión de las Artes Escénicas) organizó en Madferia, alrededor de la gestión cultural. Coincidimos un grupo de profesionales de la información que compartíamos interés, mimo y cuidado por la materia. Personalmente fue un subidón. Lo de escribir es un trabajo muy solitario (aunque eso me gusta casi siempre). Y si se hace sobre danza, no es raro que solo te acompañe un profundo eco (esto, no tanto). A todos nos unía el gusto y respeto por las artes escénicas. Suele pasar. En el tratamiento de una información concreta, la persona que hay detrás, y sus inquietudes, cuentan mucho. De ahí se llega a un conocimiento más o menos decente, entre otras cosas. Pasa lo mismo con la información deportiva. Periodistas dedicados con esmero y delicadeza a lo que tienen entre manos y pies. Pero claro, en recursos y presencia, nos ganan por goleada.
De los asistentes, me llevé su interés por saber sobre los mecanismos de los medios de comunicación para la cobertura de las artes escénicas. También cierta necesidad y urgencia. Comprensible. Entiendo que para los creadores no es fácil dedicarte a algo que ves que, demasiadas veces, pasa con más pena que gloria.
El título de la mesa de debate sobre la que nos reunimos: El valor de los medios de comunicación en las artes escénicas. A mí me gusta hacerme preguntas. Y en casa, tras la llegada de la invitación para participar, me lancé la primera, “¿cuál es ese valor? Mucho. Sin duda”. Luego me lo planteé al revés, El valor de las artes escénicas en los medios de comunicación. “No tanto, lástima”. Para continuar con esta pequeña reflexión necesito hacer dos diferencias. La primera, sobre medios de comunicación especializados y medios de información general con un breve espacio para las artes escénicas. La segunda, entre danza, o artes del movimiento, y teatro. En su insuficiente cobertura desde los medios de comunicación (de información general), la danza pierde. ¿Por qué?
Dándole vueltas al asunto, desde hace años de vez en cuando, una acaba pensando que si los medios recogen lo que pasa, y pasa poca danza, poca se cubrirá. Así de sencillo. Fácil e higiénico. A+B= C. Punto. Y ciertamente, así lo creo en un tanto por ciento. Pero luego hay otro. Ese que pasa por el desconocimiento o el desinterés. Posiblemente fruto de la insuficiente presencia que la danza sigue teniendo. Aquí también va todo de la mano. Me gusta pensar que en cualquier acto comunicativo la responsabilidad está repartida. Y en ese sentido, me gusta pensar en creación comprometida y responsable, en espectadores responsables (pero eso es otra columna) y en periodistas responsables. Todavía recuerdo una información sobre la pasada presentación del Festival Grec de Barcelona, recogida en un periódico de tirada nacional, en la que el periodista hacía hincapié, con más aburrimiento y extrañeza que cualquier otra cosa, en la abundante programación de danza que había en esa edición. Esto, a veces, pasa. Una vez que se recoge la danza, aparece el asombro por la existencia de esta disciplina artística en programaciones compartidas. Incluso en la terminología usada, de la que yo, seguro tampoco me libro y he adolecido en alguna ocasión, se siente la peculiaridad. Titulares como “la danza se cuela en el festival tal, o en la programación cual”; “desembarco de la danza”… no creo que ayuden, aunque también reflejen una situación. “Colarse” y “desembarcar”, dos acciones que ocurren cuando a alguien (en este caso algo) no se le espera. A veces hasta los grandes nombres de la escena quedan ensombrecidos y con ellos el hecho artístico. Con perchas como la duración de un espectáculo (de acuerdo, que una performance dure 24 horas es noticiable) o el sexo y desnudos que ocurren en el escenario (ahí me niego a ver la noticia. En 2018, no).
Cuesta normalizar la danza. Hacerla visible y presente. En la cultura y por lo tanto, también en los medios de comunicación. A pesar del enorme esfuerzo y trabajo que compañeros de profesión emplean para darle visibilidad en los periódicos, radios y televisiones en los que trabajan, y del que algunos medios especializados y pequeñitos sufrimos (los teatros se olvidan del trabajo de una cuando las entradas están agotadas). No hay fórmula, yo no la tengo. Ni sentar cátedra entra en mis propósitos. Pero me resulta fácil pensar que con más apoyo por parte de quienes pueden darlo y algo más de interés y conocimiento, por parte de quienes debemos tenerlo, no habría quimera.