Crítica de Letter to a man. Basada en el Diario de Vaslav Nijinsky. Dirección, escenografía y concepto de iluminación: Robert Wilson con Mikhail Baryshnikov. Interpretación: Mikhail Baryshnikov. Colaboración en el movimiento y textos hablados: Lucinda Childs. Teatros del Canal (Madrid). 12 de mayo de 2016.
Superada la expectación inicial que acompaña a una obra protagonizada por tres grandes nombres de la historia de lo escénico, el de Robert Wilson, Mikhail Baryshnikov y Vaslav Nijinsky (a través de su Diario), y superado el efecto de asistir a un espectáculo, que por ello alcanza cotas de acontecimiento teatral, la lectura final, sigue sin perder fuerza. Letter to a man es un nuevo ejemplo (estrenado en 2015) del dispendio creativo, (y revolucionario en su momento), que el director de escena, iluminador, escenógrafo y bailarín frustrado Robert Wilson, viene desarrollando desde hace más de 40 años, rompiendo límites teatrales y sacudiendo la escena con sus particulares propuestas de arte total, siempre elegantes y preciosistas. También sobrecogedoras. Se torna clave esa atmósfera de quebranto en este espectáculo, transitando por la tristeza que se desprende del Diario del mítico bailarín Vasvlav Nijinksy, testimonio de una mente al borde de la locura. Y se alza del todo solemne, cristalizada en la interpretación de Mikhail Baryshnikov, también leyenda de la danza (disciplina que si bien no es protagonista, se palpa en cada latido de Letter to a man) e impecable actor. Exuberante en su contención, casi mayestático y absolutamente comprometido con el hacer de Wilson (con quien ya colaboró en The Old Woman, obra interpretada junto a Willem Dafoe), Baryshnikov personifica el viaje más oscuro de Nijinsky a través de una mente tan iluminada como torturada, ensombrecida por su enfermiza relación con Dios, con la guerra, con el sexo, con su mujer y por supuesto con Diaguilev, su mentor. Arropado por la belleza escenográfica habitual de las obras de Wilson, agitadoras desde la elegancia, y por la sencillez de un texto (en ruso e inglés), concretado en frases que se repiten casi como una plegaria y encuentran en su reiteración e ingenuidad, su eficacia, Baryshnikov se adentra en dos universos, el de Wilson y Ninjinsky, con la madurez e inteligencia de un bailarín que ha querido (y ha sabido) interesarse (y adaptarse) en dilatados lenguajes escénicos.