Crítica de Celui qui tombe (La / El que cae). Dirección: Yoann Bourgeois. Intérpretes: Julien Cramillet, Kerem Gelebek, Jean-Yves Phuong, Sarah Silverblatt-Buser, Marie Vaudin y Francesca Ziviani. Realización de escenografía: Nicolas Picot, Pierre Robelin y Cénic Constructions. Festival Teatralia. Teatros del Canal, Sala Roja (Madrid). 6 de marzo de 2020.
Un enorme cuadrílatero de madera desciende suspendido por cuatro cuerdas hasta encajar en una base que monitoriza un técnico situado discretamente en escena. Encima, se tambalean tres mujeres y tres hombres, que poco a poco se hacen visibles a medida que tiene lugar el descenso. Esta imagen inicial, la plataforma imponiéndose (también a la vista) sobre los propios intérpretes, será una constante durante la hora que dura el trabajo. En este sentido, Celui que tombe (La / El que cae) arranca con una profecía escénica que vertebra el desarrollo de todo el espectáculo: primero la plataforma, luego, si acaso, lo demás.
No es fácil que un discurso creativo pueda imprimir su calado cuando compite con elementos escenográficos imponentes, algo así como convivir y escapar de ellos a un tiempo sin salirse de la comunión escénica. Asoman varios ejemplos de piezas frustradas en este sentido, pero también las hay que integran espectacularidad y profundidad discursiva e interpretaitva, tanto en danza como en circo, disciplina esta última donde se encuadra el montaje. Y esta pieza, no termina de alcanzar la asociación.
Sobre Celui qui tombe, obra del creador francés Yoann Bourgeois, bailarín y acróbata, que permaneció en la mítica compañía de Maguy Marin durante un tiempo y en la actualidad es codirector del Centre Chorégraphique National de Grenoble, junto al bailarín y coreógrafo Rachid Ouramdane, se ha hablado y escrito mucho desde su estreno en 2014. Sorpresa, riesgo e impacto, son palabras que se repiten en contextos de audiencias y medios. Y sin duda están, pero seguramente en una sola dirección, la de la gran plataforma en detrimento de otros aspectos como el material interpretativo y la propia interpretación de sus protagonistas, de carácter frágil y un tanto predecible.
Sería del todo injusto no señalar algunos grandes momentos de atractivo y tono poético, sobre todo al inicio, cuando la plataforma gira y la fuerza centrífuga dibuja imágenes poderosas, y al final, cuando el cuadrilátero de madera pasa a ser balancín y barcaza existencial. Sin embargo, gran parte de las escenas se truncan con cierta precipitación, como si la urgencia del acento en el cuadrilátero de madera interrumpiera posibles interpretaciones más profundas y también precisas y rigurosas.
El grupo frente al individuo, la curiosidad y adaptación frente a la pasividad, la unión frente a la disgregación, son premisas sobre las que se reflexiona en el espectáculo y se encuentran en la propuesta, pero columpiadas en lo tibio y la comodidad de lo explícito. El público ovacionó de pie.