Crítica de Un cuerpo infinito. Dirección artística, coreografía y baile: Olga Pericet. Dirección escénica: Carlota Ferrer. Asesor de dramaturgia: Roberto Fratini. Coreógrafos invitados: Marco Flores, Rafael Estévez y Valeriano Paños. Dirección musical: Olga Pericet y Marco Flores. Teatros del Canal (Madrid). Estreno absoluto. 25 y 26 de mayo de 2019.
De Un cuerpo infinito, último trabajo de la coreógrafa e intérprete de flamenco Olga Pericet, resultan dos evidencias que llegan a modo de fogonazo deslumbrante: que la creadora cordobesa se presenta como una de las bailaoras y bailarinas más rotundas y personales, rigurosa y concluyente, de la escena actual, y que el tándem con la directora de escena Carlota Ferrer, iniciado en su espectáculo anterior La espina que quiso ser flor o la flor que soñó con ser bailaora, es todo un acierto como ecuación escénica. Sobre la primera idea aquí expuesta alrededor del movimiento que ostenta Olga Pericet, que puede ser una opinión pero también un hecho, la intérprete, Premio Nacional de Danza 2018, viene dejando sonada constancia desde hace un buen puñado de montajes. Lo suyo no es revelación casual del momento, sino el resultado de una carrera de fondo alimentada con trabajo y talento que en este espectáculo, alrededor de la figura de Carmen Amaya, alcanza una madurez significativa. Sin abandonar el flamenco teñido de investigación que Pericet desarrolla, vuelve por momentos con este trabajo, a esa expresión más contemporánea si cabe, que cultivó de manera más profunda en sus inicios y que aquí llega a alcanzar incluso cotas inexploradas. Su cuerpo atraviesa por momentos un movimiento nuevo, fragmentado, cercano sutilmente incluso al popping (técnica del break dance) matizado. Se expone Pericet libre sin olvidar el control, tal vez alumbrada por el recuerdo soberano de Amaya, y transita desde una salvaje contención durante la hora y media que dura este montaje, por el gran personaje que fue la bailaora, alejada de la leyenda y atendiendo a los matices de aquella gran figura, tanto en su forma de bailar como en un perfil más psicológico. Carmen Amaya bajo la aproximación personal y profesional de Olga Pericet, exenta de lugares comunes.
Situada escénicamente es una especie de planetario regido por la luna, que es clara y oscura, solemne y solitaria, como la Carmen Amaya con la que Pericet dialoga, el espectáculo se sirve de una sencilla pero vigorosa escenografía, que hace las veces de pertinente dramaturgia. En lo musical, el cante de Inma “La Carbonera” y Miguel Lavi, junto a percusión, guitarra y trompeta (protagoniza esta última los momentos más terrenales) se funde con un cuarteto coral que alude a una nueva querencia por la experimentación, en la forma, y una inusual y bella musicalidad flamenca, en el resultado. Con pantalón de talle alto, bata de cola inmaculada o vestido negro duelo, Pericet, que ha contado con la colaboración coreográfica de Rafael Estévez, Valeriano Paños y Marco Flores, conversa con una Carmen Amaya que presenta como mito y sobre todo, ser humano, en un diálogo flamenco de mujer a mujer en el que el pasado se torna contemporáneo.