Crítica de Soliloquios. Idea original: Jon Maya. Concepción coreográfica: Cesc Gelabert. Bailarines: Jon Maya, Israel Galván y Cesc Gelabert. Creación musical: Luis Miguel Cobo. Diseño de iluminación: David Bernués. Museo Universidad de Navarra. 24 de mayo de 2019.
El Museo Universidad de Navarra (MUN) es escenario para la danza desde el pasado 23 de mayo y hasta esta tarde. También lo está siendo para acoger un espectáculo insólito que encuentra uno de sus atractivos en la relevancia y personalidad de sus tres protagonistas, reunidos para la ocasión: Cesc Gelabert (danza contemporánea, Cataluña), Israel Galván (flamenco contemporáneo, Andalucía) y Jon Maya (danza tradicional vasca, Euskadi). La idea de Soliloquios, este encuentro a tres orquestado por Maya tras una proposición del MUN, espacio que dedica especial atención a la programacion de artes escénicas y concretamente de danza bajo la batuta de José Manuel Garrido, ha dado lugar a un espectáculo de una hora de duración que transcurre de lo individual a lo coral, de la instrospección a la exaltación, de lo místico a lo terrenal. Aunque el orden de todo esto depende del mismo en el que se hayan recorrido los trabajos, diferente para cada grupo de espectadores. La audiencia, a quienes da la sensación se nos ha tenido en cuenta de manera especial en la propuesta por el cuidado con el que se ha armado esta danza itinerante, es repartida en tres grupos, dispuestos en las tres salas en las que cada creador e intérprete espera nuestras llegadas y desarrolla su solo tres veces. En este sentido, el resultado de la visión global del espectáculo, puede adquirir lecturas de diversos matices, dependiendo de qué se vio primero, en medio y al final, pero no tantos como para que la interpretación global del espectáculo pierda su sentido.
El itinerario que marca esta crítica arranca con Jon Maya en una sala en la que sobresale obra de Chillida y Rothko. Con el público dispuesto a lo largo de las cuatro paredes, el intérprete aparece ya con el gesto de introspección y cierta solemnidad que arropa esta pieza coreografiada por Cesc Gelabert y responde a una evolucionada reinterpretación del tradicional aurresku, sobre el que Maya demuestra conocimiento y permeabilidad. La creación musical de Luis Miguel Cobo que acompañará recorrido y piezas, funcionando también de manera independiente como instalación sonora, asoma certera y consigue una eficaz comunión con el movimiento.
Tras los 15 minutos de este primer montaje, Israel Galván despide a sus primeros espectadores y espera a este segundo grupo en el que me encuentro, sentado en una de las esquinas cerca de la puerta, con gafas de sol y y gestualidad socarrona, humor que suele bañar sutilmente su discurso y que en esta ocasión, rodeado de la obra de Palazuelo, también le acompañará en ciertos momentos. Es el único de los tres que rompe la línea invisible que separa espectáculo y público, y se mezcla con la audiencia en varios momentos salpicando fuerza y arrebato contenido al tiempo que ofrece la posibilidad de observar muy de cerca la deconstrucción flamenca que viene desarrollando. De una manera minuciosa, casi táctil.
En el tercer lugar de este recorrido en la sala dedicada a Tàpies, Cesc Gelabert, con ojos cerrados y gesto espiritual, espera. Con el eco de palmas y taconeo del solo de Galván de fondo, que parece recoger Gelabert de alguna (inteligente) manera en su propia pieza, el creador catalán muestra esta reinterpretación del solo que él ideó para Jon Maya, con el delicado dominio que ostenta. El suelo, usado por los tres intérpretes como plataforma de apoyo e impulso (sus danzas se mantienen en la verticalidad), da la sensación de poder desaparecer en cualquier momento bajo los pies de Gelabert, tal es el misticismo que envuelve su expresión, cuerpo y movimiento. La comunión entre danza y el espacio que acoge cada solo adquiere la máxima cota con Gelabert y su diálogo con Tàpies.
Ya encontrados en una cuarta sala dedicada a la obra de Cecilia Paredes, que recoge la parte más social del discurso de esta artista peruana residente en Estados Unidos, los tres creadores interactuan de manera poco obvia (se agradece) a través de la escucha e incluso el olfato, se podría decir, y conviven sin contagio, ni mezcla. Ni siquiera hay contacto físico entre ellos, solo al final cuando enlazan sus manos en un círculo que da fin a este ritual que recogió una profunda ovación en su cierre.
La jornada de ayer fue especial en estos tres días de programación de Soliloquios ya que la artista Cecilia Paredes estaba presente y salió a saludar visiblemente emocionada, tras vivir en directo cómo los tres bailarines interactuaban con sus piezas. No es para menos.