Hace unos días, la compañía La Veronal se alzó con el tercer premio del Certamen Coreógrafico Masdanza por el montaje Moscow. Recupero para Hemeroteca esta entrevista que le hice a su director, Marcos Morau, por el estreno de Rússia, publicada a principios de este año en Susy Q.
“Mi relación con la danza viene de una gran contradicción familiar. Yo provengo de una familia humilde de rojos y estudié en un colegio religioso sólo para hombres. Así que la danza me ayudó a rebelarme. Mi primera relación con ella fue a través de la gimnasia rítmica, la danza no llegaba a mi pueblo (Ontiyent, Valencia), y con 14 años empecé a interesarme por un grupo de gimnasia que había donde vivía. Me alucinaban las cintas, los aros… pero sobre todo empecé a fijarme en el movimiento corporal y comencé a ver mucha danza en el ordenador”. Y así se inició Marcos Morau en la danza, en la que lleva, a pesar de su juventud (nació en 1982), algunos años. Es licenciado en coreografía y técnicas de danza contemporánea en el Institut del Teatre, realizó una asistencia coreográfica en el Nederlands Dans Theater II, con 21 años se fue a Nueva York con una beca para el Movement Research, en 2006 montó su compañía La Veronal, (“en aquélla época estaba obsesionado con Virginia Woolf, y ella intentó suicidarse varias veces con veronal, un antidepresivo…”), ha sido acomodador del Mercat de les Flors (“nadie sabía allí que yo tenía mi compañía y me dedicaba a la danza”), ha ganado algunos premios importantes en certámenes coreográficos, su discurso es directo y eléctrico (“lo que más me gusta del mundo es la música clásica, Martina Hingis, los deportes artísticos, observar a la gente en la calle, la poética de Virginia Woolf y el renacimiento italiano”), admira el trabajo de Mats Ek, William Forsythe, Anne Teresa de Keersmeaker y Castellucci, y ha estrenado varias obras, muchas de ellas con nombre de lugares lejanos y fríos: Suecia, Finlandia, Meryland… y ahora Rússia, una pieza para siete intérpretes, que se suma al catálogo geográfico en el que el creador viene trabajando. “Vivo en un lugar donde el calor es muy intenso. Y ese frío de otros países, el que yo casi no conozco, es el frío que imagino cuando trato de situar mis obras. Me gusta porque está lejos. Porque se parece a las emociones que siento y que menos entiendo, y que suelen ser el origen de mis ideas. Y eso me permite poner distancia y poder mirarlo desde fuera. Tengo una necesidad compulsiva de expresar mis sentimientos, pero al mismo tiempo dudo de ellos”.
– ¿Por dónde suelen girar esos sentimientos, qué le interesa contar?
– El tema principal de mis obras es el de la condición humana. Y de ella me interesa el fracaso, el lado oscuro que todos tenemos, aunque “oscuro” suena incluso demasiado bonito. Sería más correcto hablar del lado sucio y podrido. Poder ver a la persona que hay detrás del maquillaje. Me gusta desmenuzar las miserias.
– ¿Y sobre qué miserias versa Rússia?
– El tema de Rússia es el miedo. En el escenario, una pareja coge un coche e inicia un viaje hacia el lago Baikal, en Siberia. Pero no llegarán. Es como una road movie coreográfica en la que ha colaborado el director de cine Cesc Gay. La pieza avanza hacia abajo, no hacia delante, como dice David Lynch en Mullholand Drive. La inmensidad de Rusia, la lejanía, la fuerza, lo desconocido, y por supuesto, el frío, nos sirven para hablar del miedo.
– Sin embargo, sus montajes suelen llegar envueltos en una cuidada belleza…
– A veces tengo la sensación de que quienes han visto lo que hago se quedan con el embalaje, y piensan que lo que están viendo es algo “bonito”. Pero no lo es, porque todas las ideas de mis espectáculos son feas. De todos modos, no me gusta decir qué significan mis obras, me da asco describir las piezas. Yo no quiero cambiar el mundo, sólo contarlo en voz baja. Mi discurso no va directo al hígado, se queda en la garganta. Es más contemplativo. Menos italiano y más alemán. Me escudo en la discreción. Y que la gente lo vea y lo critique.
– ¿Sigue interesándole la mezcla disciplinaria de sus primeros trabajos?
Pues cada vez me interesa más el movimiento crudo, sin artificios. Y aunque no soy bailarín, creo desde el primer paso hasta el último. Minuciosamente. Como si metiera un barco en una botella. Con el movimiento y sus parámetros, doy forma a sentimientos que ni siquiera los bailarines saben cuáles son cuando ensayan. Intento sacar de cada uno lo mejor, y me equivoco muchas veces y me da vergüenza… Lo que sí tengo, y no me puedo quitar, supongo que por mi apego a la gimnasia, es que necesito que los intérpretes tengan muchas condiciones técnicas.
– ¿Y ha señalado ya en el mapa nuevos y fríos lugares?
Sigo en la creación de un decálogo donde cada pieza se sirva de un país o ciudad como excusa para hablar de algo que se esconde detrás de lo bello. El año que viene me quiero ir a vivir a Islandia o Groenlandia una temporada.
(Publicada en Susy Q. Revista de Danza. Año 2011)