Hola, soy coreógrafa, soy Bárbara Sánchez. Nací en Sevilla el 19 de mayo de 1975 y soy hija de madre soltera. Me crié rodeada de chucherías porque mis abuelos tenían un carrito en la plazoleta del barrio donde vendían golosinas y tabaco y mi madre trabajaba con ellos. Recuerdo que los demás niños flipaban con esto que para mí era normal y a lo que no le daba importancia. Recuerdo que me preguntaban: ¿Pero puedes coger siempre todo lo que quieras? Cuando tenía 26 años me fui unos días a Madrid con la idea de empezar la aventura de buscar a mi padre biológico sin más información que la de su nombre, que era guitarrista de flamenco y que supuestamente vivía en Madrid. Pero la fuerza del destino quiso que en tres días nos encontráramos en la estación de metro de Cuatro Caminos. Mi padre pertenece a una dinastía de guitarristas de Linares llamados “Los Pucheretes”. Mi madre siempre me habló bien de mi padre, a pesar de que él se marchó cuando ella estaba embarazada de mí y nunca más tuvo contacto con nosotras hasta que yo le conocí de mayor. Crecí mirando una foto en la que salía él tocando con Rafael de Córdoba y con los recuerdos que me contaba mi madre, como por ejemplo, que un día lo vio por televisión tocando en una gala con Lola Flores. Yo lo tenía idealizado como mi padre artista que se vestía con camisa de chorrera y que iba actuando por todos los teatros del mundo. Pero cuando se dio nuestro encuentro real me topé con un ser muy diferente al que yo tenía en mi fantasía. Me encontré con una persona que se ganaba la vida tocando en el metro, alguien genial y salvaje, pero también alguien atormentado que se había apartado del mundo. Tuvimos un año de total enamoramiento y después le pedí que se retirara de mi vida. Su carácter y sus maneras me abrumaron demasiado. Aunque desde que le conocí he fantaseado muchas veces con la idea de hacer una pieza con él. Para mí, nuestros encuentros durante aquel año tuvieron un carácter más artístico que de padre-hija. A raíz de conocer a Carlos “Pucherete”, mi padre, hice mi primer solo de danza en torno a este encuentro.
La creación la entiendo como algo que va en paralelo a mi vida y aunque mi intención sea trascender la autobiografía hacia algo más poético y universal, vivo la creación de cada pieza como un exorcismo personal, como un paso más hacia el autoconocimiento y la libertad. Mi trabajo no parte ni se apoya en discursos teóricos o políticos, sino que nace de una llamada, del momento vital en el que me encuentre, de un sentimiento, de una pregunta o intuición… Y aunque el feminismo es algo que me atraviesa y se refleja en mi obra, no lo subrayo con fosforito. El hecho de que una mujer se presente sola en escena de una determinada manera creo que ya dice bastante, por ejemplo. El teatro político me aburre tanto como el teatro complaciente. Lo único que me interesa a estas alturas de la película es la poesía y, como dice un amigo, ver en escena a gente que se inmole. Cada vez me interesa abordar más el trabajo como una canalización, como un ponerse a disposición de una escucha de lo que toca en ese momento y servir a eso. Cada vez estoy más mística.
Mi madre se llama Puri Sánchez y me parió sola en una clínica de esas que por entonces llamaban clínicas de beneficiencia. Lo pasó muy mal porque las monjas le propusieron darme en adopción al ser madre soltera y sintió mucho miedo de que le fueran a robar a su hija. Y es que se han robado muchos niños en este país. Es un tema gravísimo que sigue estando todavía muy escondido, al igual que el de las fosas comunes. Mi madre me llamó Bárbara y dijo, cuando nací, que yo iba a ser artista. De pequeña yo veía los ballets que ponían en La 2 y un día con seis años le dije que quería hacer “lo de bailar con las puntintas”. A partir de ahí siempre me ha apoyado. Siendo de una familia muy humilde, me llevó al Conservatorio. Esto no era lo habitual. Lo de ser bailarín siempre ha sido y sigue siendo una profesión mayoritariamente de hijos de familias acomodadas, aunque muchos vayan de progres o hippies. Yo me rodeaba de niñas todas de padres de profesiones liberales, funcionarios o con sueldos fijos.
Estudié danza clásica, contemporánea y teatro en Sevilla. Después salí a Europa a seguir haciendo cursos y formación. De todos los maestros y maestras que han pasado por mi vida he aprendido algo bueno, malo o regular, pero quiero nombrar a tres personas de esas que suponen un antes y un después en tu percepción de lo que es la escena, la creación y lo que es ser intérprete: uno es el tándem formado por Enrique Pardo / Linda Wise y otra es Germana Civera.
Actualmente creo que estoy en un buen momento. Se están moviendo cosas y me siento algo más apoyada y con más visibilidad que antes. También una va cumpliendo años y aunque sea por vieja ya la gente te conoce. Aún así sigo sintiendo que todo es trabajoso y que va muy lento. En esta profesión hay dos partes que son igual de importantes: una es el trabajo en la sala de ensayo (el creativo, el íntimo y sensible) y otra es el trabajo del “business”, en el que la mayoría de las artistas tenemos que ir detrás de los programadores (ahora lo llaman “crear redes de afecto”) si quieres conseguir algo y que te echen cuenta. Para esto último, no todas valemos ni íntimamente queremos hacerlo. Creo que hay un desnivel grande entre estas dos partes que habría que revisar.
Tengo 42 años y a pesar de llevar casi toda la vida enredada en esto, a día de hoy no vivo de esta profesión. Para pagar las facturas soy profesora de pilates a domicilio y alquilo una habitación de mi casa. Y no lo digo como queja, sino como la otra parte que completa mi realidad.