Lo político y la danza
Una columna de opinión.
Una habitación propia en la que escribo en primera persona sobre danza, más allá del escenario.

© Brooke DiDonato
El titular de esta columna describe una micro realidad tan concreta que automáticamente la desplaza a los márgenes; plantea una ecuación tan minoritaria que casi da risa. Pero la asociación existe, aunque sea para dejar constancia de un resultado poco favorable. Y además de la querencia y la preocupación, cierta responsabilidad periodística me conduce a esta reflexión.
Recientemente, se están viviendo no pocos cambios políticos que afectan a la cultura, por lo tanto a las artes escénicas, por lo tanto a la danza y artes del movimiento, que para mí es lo mismo, pero para otras no, y pienso en la pertinencia de la aclaración. Entre las muchas lecturas que devienen de las decisiones que se toman, y que suelen pasar casi todas por obviar e incluso echar por tierra lo designado por gobiernos anteriores, para marcar territorio con nuevas opciones, sin tener en cuenta si lo que había funcionaba o no, cumplía o no, sumaba o no, una interpretación se alza como una niebla en agosto: lo personal es político, lo político parece personal.
¿Qué pasa entonces, cuando lo político, que nos alcanza a todas, parece una quimera llevada por el deseo de imponer criterios? ¿Qué pasa con la cultura cuando un gobierno cualquiera no se muestra muy interesado en ella como parte fundamental y demostrada del crecimiento social? Ni hablemos de la danza, entonces, esa disciplina artística arrojada a las notas al pie por quienes deberían situarla junto al resto de sus colegas escénicas.
Así de entrada y llevada por una utopía naif, pienso en las personas que se dedican a la política cultural como seres preparados, capaces de echar un vistazo a lo que hay para entender lo que falta. Seres asépticos con la particularidad de saber dejar a un lado pareceres personales para atender una realidad mayor. Aquí en Madrid, los acontecimientos nos demuestran en ocasiones que no suele ser así, vemos cómo se encumbra a personas de poca preparación real, pero mucha inventada, para alzarse como abanderadas de la danza, por el simple hecho de cubrir un hueco que pide a gritos ser ocupado. Pero esa característica es muy nuestra, la de encumbrar o denostar con la misma fuerza a quienes en realidad, no lo merecen. Seguramente sea fruto de la precariedad de la danza, de la gran necesidad que la rodea y que pasa por diseñar programas comprometidos pero se queda en hacerse con el pastel.
En un intento de obviar esas luchas tan pobres como habituales que persiguen el reconocimiento por encima de cualquier compromiso real, las grandes preguntas se sitúan en otro lugar, ¿por qué la situación de una disciplina, en este caso la danza, y la de sus protagonistas, creadoras e intérpretes por encima de todas, debe depender de los gustos, conocimientos y preparación de un partido político o de alguien concreto y poco preparado? ¿Por qué no se tiene en cuenta lo colectivo, por encima de lo individual, y las necesidades generales que definen esa colectividad? ¿Cómo se puede mantener la danza a salvo de personas que ejercen poder y no tienen interés alguno en ella? ¿Por qué, aunque todas esas preguntas existen, nunca trascienden y todo sigue igual?
En lo económico, en lo social… se debe cumplir unos mínimos para que la convivencia llegue a más o menos buen término, ¿no debería ser lo mismo con lo cultural y en un caso más concreto, con la danza? Cualquier equipo de personas al mando de esta o aquella parcela debe garantizar la libertad de las creadoras para seguir creciendo, y debe hacerlo más allá de gustos personales anteponiendo lo necesario a lo particular, lo ineludible al nepotismo.
El tema me parece de la máxima relevancia, por sus múltiples implicaciones y dimensiones, desde la cuestión social sobre la consciencia del cuerpo al ámbito genérico sobre qué es o quién hace política cultural. Tampoco parece que sea muy afortunado, como hace el artículo, preguntarse lo que hace el artículo: “¿por qué la situación de una disciplina, en este caso la danza, y la de sus protagonistas, creadoras e intérpretes por encima de todas, debe depender de los gustos, conocimientos y preparación de un partido político o de alguien concreto y poco preparado? ¿Por qué no se tiene en cuenta lo colectivo, por encima de lo individual, y las necesidades generales que definen esa colectividad? ¿Cómo se puede mantener la danza a salvo de personas que ejercen poder y no tienen interés alguno en ella? ¿Por qué, aunque todas esas preguntas existen, nunca trascienden y todo sigue igual?”. De hecho, si hacemos preguntas arbitrarias de ese tipo poco vamos a avanzar para organizar un moviento de las artes de movimiento. O, respondo: ¿Quien demonios define lo colectivo?, ¿Quien es el guardían de la corrección artística?, ¿como a alguien se le ocurre que la danza o cualquier otra arte pueda estar a salvo de la democracia?… No es de extrañar que esas preguntas no trasciendan, ya que son preguntas erróneas, en mi humilde parecer. Puestos a hacer pregutuntas, hago más: ¿por qué a la gente le gusta más la voz que el movimiento y estña dispuesta a pagar más por cantantes en televisión o espectáculos?. Por tanto, si queremos realmente entender lo que pasa y organizar la política de la danza hay que hacerse preguntas más maduras, como por ejemplo: ¿como gestionar la influencia de disciplinas minoritarias en la gesitón política de la cultura?, ¿cómo difundir y divulgar, además de investigar, en la manifestación pura de disciplinas de movimiento?, ¿qué tipo de organización colectiva, de forma sindical o de gestión empresarial, es la más adecuada para constituir un lobby del movimiento?, ¿qué reivindicaciones concretas y específicas tienen los profesionales del sector frente a la Seguridad Social o a las políticas de ayudas públicas?, ¿Qué pasos concreto hay que dar en una negociación con el ministerio de educación para ampoliar la formación básica en cultura corporal?… En fin, menos filosofía y más movimiento.
Y si se trata de poner el arte al amparo de veleidades políticas, pues hay también formas institucionales, como la creación de entidades semipúblicas con equipos se reconocido prestigio, aunque están también sometidas a la discusión general sobre que presupuestos concederles. Y eso exige la auto-organización de un sector caracterizado por su individualismo, digámoslo todo.
Hola Fernando, las preguntas que propone son del todo pertinentes y tal vez podrían darle para escribir su propia columna de opinión. Las mías parten de una base lógica propiciadas por la actualidad, soy periodista, no filósofa, ya me gustaría 🙂
Muchas gracias por dedicarle su tiempo a este medio de comunicación.
Gracias a ti que me sugeriste esas preguntas. Pero, como viste, mis comentarios no iban de filosofía, iban de movimiento y de política, muy muy concreto. Obviamente es un tema profundo, por eso intenté también provocar, igual que tú. Un abrazo. Aprovecho para enviarte (enciarnos) un regalo, sobre el movimiento y la política (aunque es un video de facebook, no se como citarlo si no es a través de esa web): https://www.facebook.com/watch/?v=764181314007724
Ah, ya entiendo, al decir “temas de actualidad” te referias a noticias concretas sobre instituciones concretas…. Vale, como no hacías referencia, no lo tomé así, sólo leí una reflexión genérica. En todo caso, creo que mi perspectiva también podía apuntar algo en esos debates concretos. Ciao.
Maravilloso planteamiento, a mí personalmente y en lo colectivo, no tanto como me gustaría, pero creo que me han llegado a transcender todas estas cuestiones… digamos siguen mi línea de pensamiento y de movimiento en la vida. Muy sencillo y conciso en la expresión!! un placer encontrarse estas palabras, gracias ❤
Ire Ishtär aka Eterna Viajera
Muchas gracias, Ire.